Cuento “Los zapatos y el paraguas”



Vivía en la India un gran maestro de meditación que dirigía un pequeño ashram donde enseñaba el arte del silencio y la presencia. Era un hombre sabio y compasivo, y muchos querían ingresar para aprender de él. Pero el lugar era pequeño, y no podía acoger a todos.

Un buscador sincero, llamado Ramjit, insistía una y otra vez en ser aceptado. Pasaba los días en las afueras del ashram, meditando y esperando la oportunidad de hablar con el maestro. Finalmente, el maestro, conmovido por su perseverancia, lo recibió y le dijo:

—Te daré tres meses para que te prepares. Luego te haré una prueba, y si la superas, te acogeré como discípulo.

Ramjit se llenó de alegría y decidió prepararse a fondo. Durante los tres meses estudió sin descanso los grandes textos espirituales: el Bhagavad Gita, los Yoga Sutras, el Dhammapada, las enseñanzas sobre la mente, el desapego y la iluminación. Repasaba conceptos, definiciones y teorías con enorme dedicación.

Llegó el día del examen. Amaneció lluvioso. Ramjit tomó su paraguas, dejó sus zapatos en la entrada de la sala y, con respeto, saludó al maestro.

El maestro lo miró con amabilidad y le preguntó:

—¿Has preparado bien el examen, Ramjit?

—Sí, maestro —respondió con seguridad—. He estudiado profundamente los textos más importantes. Conozco sus enseñanzas y he reflexionado mucho sobre ellas.

El maestro asintió lentamente y dijo:

—Bien. Solo te haré una pregunta. Si la respondes correctamente, te admitiré como discípulo.

—Pregunte, maestro.

El maestro lo miró en silencio unos instantes y luego dijo:

—Cuando has entrado, he visto que dejaste tu paraguas y tus zapatos fuera de la sala. Dime: ¿pusiste el paraguas a la derecha o a la izquierda de tus zapatos?

Ramjit se quedó callado. Había memorizado páginas enteras de enseñanzas sobre la atención, pero no había sido consciente de un gesto tan simple. Bajó la cabeza y murmuró:

—No lo recuerdo, maestro.

El maestro sonrió con ternura y dijo:

—Entonces aún no estás preparado. En la meditación, lo esencial no es conocer las palabras, sino ver lo que haces en el instante presente. Quien no presta atención a lo más pequeño, no puede comprender lo más profundo.


Luego añadió con suavidad:

—Sigue practicando la atención y vuelve a verme dentro de siete años. Cuando sepas dónde reposa tu paraguas, también habrás encontrado el lugar donde reposa tu mente.

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